Alfonsina Storni: cinco poemas de la poeta eterna

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A 86 años de su fallecimiento, repasamos la vida y obra de una figura icónica de la literatura argentina.

Nacida el 29 de mayo de 1892, en el pueblo suizo de Capriasca, Alfonsina Storni llegó a nuestro país a los cuatro años. Argentina, ese lugar lejano fue la cuna de un grupo de literatas latinoamericanas que lucharon no solo por el reconocimiento artístico, sino también por un lugar como mujeres en la sociedad. La chilena Gabriela Mistral y la uruguaya Juana de Ibarbourou, fueron grandes ejemplos.

Storni vivió en San Juan, Santa Fe y Buenos Aires. Atravesó una infancia con pocos recursos económicos, lo que la obligó a dejar sus estudios para comenzar a trabajar: primero como ayudante de su madre modista, y luego de la muerte de su padre, como obrera en una fábrica de gorras. Ella nunca abandonó su deseo de estudiar, deseo que pudo materializar en Buenos Aires, donde egresó como maestra y fue docente en el Teatro Infantil Lavardén y en la Escuela Normas de Lenguas Vivas. En el año 1917, llegó a ser directora en un colegio de Marcos Paz. Al año siguiente publicó su primer libro “La inquietud del rosal”, con el que forjó una faceta más profunda, viva y comenzaría a construir su camino en la historia grande de la literatura argentina.

Alfonsina incursionó en círculos literarios como el grupo Anaconda con Horacio Quiroga y Enrique Amorín, y el grupo Signos con Federico García Lorca y Ramón Gómez de la Serna. Publicó poemas en las revistas Mundo Rosarino, y en Monos y Monadas. También colaboró en las publicaciones Caras y Caretas, Nosotros, Atlántida, La Nota, y en el diario La Nación, desde donde levantó la voz a favor de la igualdad y los derechos de la mujer.

Tuvo su carrera en la dramaturgia y en el teatro para niños. En 1927, estrenó El amo del mundo, en el Teatro Nacional Cervantes, y en 1931 hizo lo propio con Dos farsas pirotécnicas.

Sus obras pueden dividirse en dos etapas: una notoriamente influenciada por el romanticismo y un modernismo más refinado como se ve en casos como La inquietud del rosal (1916), El dulce daño (1918) o Irremediablemente (1919); otra signada por la oscuridad y la nostalgia, como los versos que se encuentran en sus libros Mundo de siete pozos (1934) y Mascarilla y trébol (1938).

Alfonsina comenzó a padecer una enfermedad terminal, y se suicidó el 25 de octubre de 1938 en la ciudad de Mar del Plata, a sus 46 años.

CINCO POEMAS DE ALFONSINA STORNI
¿Qué diría?

¿Qué diría la gente, recortada y vacía,
Si en un día fortuito, por ultrafantasía,
Me tiñera el cabello de plateado y violeta,
Usara peplo griego, cambiara la peineta
Por cintillo de flores: miosotis o jazmines,
Cantara por las calles al compás de violines,
O dijera mis versos recorriendo las plazas,
Libertado mi gusto de vulgares mordazas?
¿Irían a mirarme cubriendo las aceras?
¿Me quemarían como quemaron hechiceras?
¿Campanas tocarían para llamar a misa?
En verdad que pensarlo me da un poco de risa.

Paz

Vamos hacia los árboles… el sueño
Se hará en nosotros por virtud celeste.
Vamos hacia los árboles; la noche
Nos será blanda, la tristeza leve.

Vamos hacia los árboles, el alma
Adormecida de perfume agreste.
Pero calla, no hables, sé piadoso;
No despiertes los pájaros que duermen.

Vida

Mis nervios están locos, en las venas
la sangre hierve, líquido de fuego
salta a mis labios donde finge luego
la alegría de todas las verbenas.

Tengo deseos de reír; las penas
que de donar a voluntad no alego,
hoy conmigo no juegan y yo juego
con la tristeza azul de que están llenas.

El mundo late; toda su armonía
la siento tan vibrante que hago mía
cuando escancio en su trova de hechicera.

Es que abrí la ventana hace un momento
y en las alas finísimas del viento
me ha traído su sol la primavera.

Queja

Señor, mi queja es ésta,
Tú me comprenderás;
De amor me estoy muriendo,
Pero no puedo amar.

Persigo lo perfecto
En mí y en los demás,
Persigo lo perfecto
Para poder amar.

Me consumo en mi fuego,
¡Señor, piedad, piedad!
De amor me estoy muriendo,
¡Pero no puedo amar!

Voy a dormir

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes…
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…

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