A 50 años del asesinato del Padre Carlos Mugica

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Se cumplen 50 años del fallecimiento del cura que se convirtió en un símbolo del catolicismo popular por su compromiso con las y los más humildes.

Carlos Mugica nació el 7 de octubre de 1930 en el barrio porteño de Villa Luro, y si bien creció en el seno de una familia de la aristocracia argentina, desde muy joven su interés por contribuir a una mejora en la vida de las y los pobres lo llevó a abandonar su condición social privilegiada para dedicar su vida al labor comunitario entrelazado con la enseñanza cristiana.

Al terminar sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires, Mugica comenzaría la carrera de Derecho, pero sus inquietudes sobre la espiritualidad lo impulsaron a ingresar en 1951 al Seminario Metropolitano de Villa Devoto. El 20 de diciembre de 1959 fue ordenado sacerdote en la Catedral de la ciudad de Buenos Aires; su camino se caracterizó por su “opción preferencial para los pobres”, elevando los principios fundamentales de la Teología del Pueblo, una corriente de pensamiento cristiana que nació en América Latina en la década de 1960 y que, a diferencia de la Teología de la Liberación, no se centraba en la “lucha de clases” sino en aquellas condiciones que constituían al pueblo y apuntaban a la plenitud del mismo frente a los factores que atentaban contra su bienestar. La actualización de estas nociones, reemplazaron al precepto original por el de tener “opción preferencial por los excluidos”. La labor comunitaria de Carlos Mugica se desarrolló mayormente en la Villa 31, de Retiro, donde fundó la iglesia Cristo Obrero.

El cura porteño realizó una importante misión a Tartagal, en el Chaco Salteño, donde junto a sus compañeros se interiorizó sobre la situación de la población de ese lugar y brindó ayuda para que puedan encontrar alternativas en un contexto con muchas complicaciones. Quienes lo conocieron, aseguran que gozaba de un carisma especial y una vocación pasional para escuchar y dar su palabra cuando era solicitada por alguien que así lo precisaba.

Durante un viaje de estudios a París, vivió en carne propia el Mayo Francés, y en ese mismo momento se enteró del surgimiento del Movimiento de sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) -el cual pasó a integrar-, formado principalmente por sacerdotes que llevaban adelante su actividad en villas miserias y barrios obreros, y emprendieron el objetivo de articular la idea de renovación de la Iglesia surgida del Concilio Vaticano II incluyendo una fuerte participación política y social. 

El Concilio Vaticano II tuvo como protagonista al papa Juan XXIII, quien durante la posguerra y ante el avance de las transformaciones globales que traían aparejado el consumismo, cuestionamiento de las tradiciones y el avance de otras corrientes religiosas, se comenzó a postular una nueva posición más cercana a los sectores más relegados de la sociedad, acercando a las personas sin importar raza o posición social, sino promover el incremento de la fe católica, y sobre todo, adaptar la disciplina eclesiástica a las demandas más urgentes del momento. 

En su labor solidaria en la Villa 31 se dedicó a la construcción de viviendas, la creación de comedores populares y la organización de actividades culturales y deportivas para jóvenes. También se encargó de promover la organización de vecinos y vecinas para que lucharan por sus derechos y visibilizaran las injusticias que padecían. Mugica junto a sus compañeros y colaboradores forjó los cimientos del movimiento de curas villeros, los cuales se organizaban y trabajaban en pos de los y las pobres.

Un 11 de mayo de 1974, luego de dar una misa en la parroquia San Francisco Solano, fue sorprendido por un grupo de individuos que le dispararon y terminarían con su vida. A pesar de este triste hecho, Carlos Mugica se convirtió en una figura indiscutida y emblemática de la cultura nacional. 

Su vida y obra la dedicó a mejorar las condiciones materiales y espirituales de los sectores vulnerables y humildes, llevando la fe cristiana no solo en palabras sino en acciones, aquellas acciones propias de un cura que con el corazón afirmó: “lo único que hay que erradicar de las villas es la miseria”.

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