Atahualpa Yupanqui, el eterno andariego

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Un 23 de mayo de 1992 pasaría a la inmortalidad Héctor Roberto Chavero, más conocido como Atahualpa Yupanqui. Cantautor, guitarrista, poeta y escritor argentino, renovó la música argentina con un estilo personal que reivindicaba las costumbres de esta tierra. Se exilió, escribió miles de canciones, editó innumerables obras y falleció en la ciudad francesa de Nimes. Atahualpa Yupanqui, es considerado el padre del folclore argentino.

Nacido el 31 de enero de 1908 en Juan Andrés de la Peña, Pergamino, provincia de Buenos Aires, se crió entre las tertulias familiares que siempre reconoció como verdaderas maestras de música, en torno a los fuegos de las hogueras. A sus 14 años, eligió su nombre artístico: inspirado en una tarea escolar sobre los Doce Incas y de lecturas sobre Moctezuma, le dió forma al alias ‘Atahualpa Yupanqui’, proveniente del quechua y que significa ‘el que viene de tierras lejanas a contar historias’.

Hijo de un ferroviario, con sangre indígena en sus venas, creció arraigado a sus orígenes, de los cuales se nutrió a lo largo de su carrera para darle vida a cada obra: “la contemplación del paisaje, la tierra, el cielo y los hombres de su patria”, fueron las figuras que, según Atahualpa, se mantuvieron como fuente de inspiración.

Criado en la llanura cercana a Pergamino, a principios del Siglo XX, aseguraba que no necesitó salir de su casa para conocer gauchos, ya que, tanto su padre, sus tíos y sus primos, representaban dicha característica. 

En 1917 su familia se fue a vivir a Tucumán. La temprana muerte de su padre hizo que el jóven Atahualpa se convirtiera en un prematuro jefe de familia. De esta manera, diversificaría sus actividades entre la práctica de boxeo, periodismo, tipógrafo, cronista, músico, maestro de escuela y demás.

Con apenas 19 años compuso la canción ‘el camino del indio’, inspirada en un sendero que estaba cerca del cerro San Javier, que lo llevaba hasta la huerta de naranjas y el rancho de un anciano indio, un amigo entre tantos de los que compartió su infancia en su querido Tucumán.

Su compromiso político llevó a que desde la década del 30′ en adelante se vea obligado a exiliarse en reiteradas oportunidades. Más allá de esto, pudo recorrer diferentes zonas del país con la intención de obtener testimonios de viejas culturas originarias. En 1942, conoció a Nenette Pepin, una pianista y compositora, con quien convivió durante casi cinco décadas.

En sus días en Francia, conoció a la cantante Édith Piaf quien al descubrir su talento, invitó a Atahualpa a cantar con ella. Lanzó su primer larga duración llamado ‘minero soy’ y actuó en Checoslovaquia, Austria, Hungría y Bulgaria.

‘Luna tucumana’, ‘Zamba del pañuelo’ ‘Canción del cañaveral’, ‘Coplas del caminador’, ‘Arenita del camino’, ‘A qué le llaman distancia’, ‘Mi caballo perdido’, ‘Preguntitas sobre dios’ y la milonga ‘El payador perseguido’, ya sonaban por diferentes partes del mundo. Esto se vió reflejado en el reconocimiento de su trabajo etnográfico, es así que, artistas como Mercedes Sosa, Alberto Cortez y Jorge Cafrune, sobre todo durante los años sesenta, grabaron sus composiciones y las trasladaron hacia artistas más jóvenes, quienes se refirieron al pergaminense como ‘Don Ata’.

“Yo tengo tantos hermanos, que no los puedo contar, en el valle, la montaña, en la pampa y en el mar. Cada cual con sus trabajos, con sus sueños cada cual, con la esperanza delante, con los recuerdos, detrás”.

Los Hermanos, Atahualpa Yupanqui

Con el regreso de la democracia, presentó varias obras en el café concert y galería La Capilla, en Buenos Aires. En 1985 obtuvo el premio Konex de brillante como mayor figura de la Historia de la música popular argentina. En 1986, el gobierno francés, lo condecoró como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras. En 1987, ya habiendo regresado a Argentina, se le realizó un homenaje en la Universidad Nacional de Tucumán. A pesar de padecer una dolencia cardíaca, participó en enero de 1990 del Festival de Cosquín. En 1991 recibió el reconocimiento como Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, en ese mismo año, realizó su última presentación en el país. En 1992, Atahualpa Yupanqui se descompuso en plena gira por Francia, falleciendo en la ciudad de Nimes, a la edad de 84 años.

Su lugar en el mundo era su casa ubicada en Cerro Colorado, a 160 kilómetros de Córdoba. ‘Agua escondida’, era el lugar elegido por Don Ata para descansar luego de sus largos viajes y, es donde el artista elegía disfrutar del silencio y del sentir de la naturaleza. Ahí mismo, descansan los restos del emblemático artista, y además, es un museo que atesora elementos y recuerdos históricos.

Atahualpa Yupanqui, nos brindó un legado cultural que abarca más de 1.500 canciones, 64 álbumes, 11 libros y una filmografía que supera los 10 títulos.

Como un representante de la identidad sudamericana, deja una herencia indocriolla que conecta su profunda sensibilidad social con la conciencia plena sobre el entorno natural que lo acompañó en cada una de sus expresiones artísticas. Su voz, su guitarra y su calidad poética, forma parte de la cultura viva de nuestro país.

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